Son conocidas las diferentes crisis que suelen aparecer en las relaciones de pareja, basadas en momentos de cambio, como por ejemplo el inicio de la convivencia, la llegada del primer bebé, del segundo… pero ¿qué ocurre con aquellas etapas que no sabemos cuándo han empezado ni cuánto van a durar?, ¿etapas que no han sido desencadenadas por ningún cambio concreto?, Son éstas, las que en su mayoría, consiguen desestabilizar muchas relaciones, en ocasiones, por no saber entenderlas.
Parece una paradoja, pero es común llegar a un punto de la relación en el que no se sabe si se está en el mejor momento o si por el contrario, lo mejor sería poner fin a la misma. Suele ser en este momento, cuando llega una nueva etapa: el amor REAL.
La primera fase de las relaciones es la más conocida, el enamoramiento. La fase en la que todo es perfecto, los defectos no se ven o no tienen importancia, los pensamientos están todo el día en la otra persona, cualquier momento es bueno para verse y encontrarse, hay risas, complicidad, pasión, ilusión… y un desequilibrio hormonal para el cual, si durara demasiado, no estamos preparados orgánicamente.
Esta etapa se va consolidando, las hormonas se equilibran para permitir la supervivencia al amor, y la relación se vive desde otro prisma de serenidad, confianza, apoyo mutuo… Sin que nada nuevo haya ocurrido, el tiempo hace que la relación cambie, lo que nos lleva a pensar y reflexionar si todo va como debería o “se ha apagado la chispa”.
Es importante saber que este sentimiento de incertidumbre es necesario para la continuidad de la relación, ya que hace que ésta sea estable y duradera, esto es de nuevo, el amor REAL. Ahora sí se ven los defectos (¡¡y molestan!!), hay menos risas, menos tiempo, la pasión disminuye, cuesta encontrar momentos para compartir nuestra intimidad, y parece que la ilusión se está perdiendo. Es entonces cuando llega otra duda/ miedo: ¿nos estamos conformando? La respuesta es que no tiene por qué. Es natural que la relación evolucione. Tal y como recoge Bernardo Stamateas en su libro Pasiones Tóxicas, “el enamoramiento nos funde, perdiendo casi nuestras individualidades y la posibilidad de potenciarlas. Sin embargo, el amor real nos separa, nos distingue y saca lo mejor de nosotros, de nuestra pareja y de la relación”.
Por ello, si desconoces si estás viviendo el momento más sólido de tu relación o si deberías ponerle fin, reflexiona sobre ello. Cuestiónate si crees que estás viviendo una etapa en la que ambos podéis crecer por separado, pero también juntos, si sigues mirando el futuro con la ilusión de compartirlo o si ves en tu relación, oportunidades de seguir avanzando hacia objetivos comunes, como un equipo, aunque seáis dos jugadores independientes y fuertes en cada posición.
No hay que olvidar que todas las crisis, sean del carácter que sean (personales, familiares, laborales, de pareja…) son siempre grandes oportunidades para evolucionar hacia aquello que te hace sentir mejor. No deberíamos vivir las crisis con negatividad, porque aunque a veces no nos gustan los cambios y preferimos disfrutar de la estabilidad, son fundamentales y necesarias para seguir avanzando y adaptarnos a nuestras propias y cambiantes necesidades.
Son las 14.30h. Estamos en un Instituto del Distrito de Fuencarral-El Pardo (Madrid), donde trabajamos como Educadores/as Sociales. Suena el timbre y comienza el bullicio en los pasillos, con la presencia de adolescentes con las mochilas a cuestas y los estómagos hambrientos por llegar a casa. Un grupo de cinco chicos nos espera junto a la orientadora, al lado del despacho del departamento. Sus caras muestran unas ganas desesperadas por no tener que quedarse allí y poder irse con sus compañeros y compañeras
Les saludamos con efusividad (algunos ya nos conocen), aunque percibimos que no entienden muy bien nuestro aparente entusiasmo.
La orientadora es la observadora de esta escena del ring: a un lado un Educador y una Educadora Social, con amplias sonrisas y una gran motivación por lo que se avecina; y, enfrente, los cinco chicos con caras de “¿por qué a mí?”. La orientadora nos desea suerte antes de dirigirnos con los chicos hacia la clase.
Una vez dentro, sentados/as en círculo, empezamos a corroborar lo que observábamos antes: no entienden por qué están aquí; algunos se lo toman como un castigo, se quejan del horario, etc.
A pesar de que la orientadora les ha adelantado el sentido del taller, utilizamos estos primeros momentos para presentarnos: les recordamos que somos Educadores de Servicios Sociales y que colaboramos con el I.E.S. en algunas actividades; les hablamos de la confidencialidad que vamos a guardar y que también nos gustaría que nos viesen como mediadores en los problemas que puedan tener con el profesorado.
Los siete intentamos descubrir los verdaderos motivos por los han sido derivados a este grupo. Pronto empiezan a aparecer palabras y frases como: partes, conflictos en clase, mala relación con los profesores, “me tienen manía”, etc. Y aprovechamos estas primeras ideas para comentarles que van a ser esos mismos temas los que trabajaremos en el taller.
Para nuestra sorpresa, los chicos hablan sin parar y nos cuentan un montón de cosas sobre su día a día en el Instituto, centrándose más bien en criticar aquellas cosas que les parecen injustas por parte del profesorado: normas, partes, malas contestaciones, enfados. Poco a poco analizamos situaciones más concretas, e intentamos que pongan su mirada no sólo en las conductas de los demás sino en las suyas propias. Aunque algunos de ellos hacen alguna reflexión con algo de autocrítica, en general vemos que son reticentes, que vuelven con facilidad al discurso habitual en el que apenas asumen su parte de responsabilidad. De repente, suena el timbre y saltan de sus sillas, les sujetamos como podemos para preguntarles qué les ha parecido, y todos responden que les ha sorprendido y se han sentido escuchados, que no se lo imaginaban así. Ahora sí, se van corriendo por la puerta.
Un par de días después van apareciendo nuevamente en el aula; a pesar de que no van encantados su actitud es más relajada. Se sientan en círculo directamente. Hacemos un juego para ayudar a hacer el ambiente más distendido y favorecer la cohesión grupal. A continuación les preguntamos si les gusta hacer teatro y nos contestan que sí, así que les comentamos que vamos a dedicar la sesión a hacer pequeñas representaciones.
Mediante role playing vamos trabajando diversas habilidades sociales: empatía, asertividad, presión de grupo, saber decir que no, etc. Todos participan de forma muy activa; además de reírse mucho con las distintas situaciones que les vamos proponiendo, poco a poco van haciendo reflexiones más profundas, y van cambiando su visión: de un punto de vista inicial más centrado en sí mismos a una visión más global; empiezan a “ponerse” en el lugar de otras personas.
Nos llama la atención que, en algunas reflexiones sobre estos role-playing, ellos mismos se reprochan unos a otros algunas conductas que han tenido, a pesar de que sean comportamientos en los que reconocen caer a menudo. Cuando son capaces de observar estas situaciones desde fuera, son mucho más críticos con esa forma de actuar.
La sesión discurre de forma muy amena y la evaluación de los chicos es aún más positiva que la del primer día. Sin ser casi conscientes de ello, se están generando los primeros cambios en su forma de pensar y actuar.
Para el último día tenemos preparado, además de otro juego para relajar el ambiente, una dinámica de solución de problemas. Les pedimos que, de forma individual y anónima, escriban situaciones problemáticas que les supongan una gran dificultad o que no sepan cómo resolver. Luego se leerán en alto y, entre todos propondremos soluciones a esos problemas. Para nuestra sorpresa entran muy bien a la actividad, escriben cosas muy personales y no muestran demasiada vergüenza a la hora de tratarlas entre todo el grupo. Aunque se les comenta que pueden dar soluciones de todo tipo, las respuestas que dan son muy coherentes, reflexivas, respetuosas y con sentido común. En este punto nuestra tarea se redujo a organizar las intervenciones de los chicos y reforzar sus reflexiones, puesto que son ellos mismos los que de forma natural ya van guiando la dinámica.
En este último día realizamos una evaluación global del taller. Además de hacer la valoración cuantitativa de rigor dejamos un espacio para que comenten sus sensaciones de estos tres días. Si bien siguen quejándose del horario del taller y lo visualizan como “un castigo”, consideran que les ha gustado mucho, que no se esperaban que fuera así, que se lo han pasado bien, e incluso que ¡se les ha hecho corto! (lo que nos parece especialmente gracioso).
Además de todo esto, destacan que el taller les ha hecho pensar de un modo distinto o, al menos, a tener más en cuenta al otro; también les ha ayudado a pensar “cómo actuar de manera diferente a como lo venían haciendo ante algunas situaciones en su día a día”.
Al despedirnos, les recordamos que pueden mantener el contacto con nosotros en otros espacios (calle, Servicios Sociales, IES, barrio, grupos…) y tratar cualquiera de estos temas u otras dificultades también de manera individual.
Después del taller nos reunimos con la orientadora para evaluar, dejando la puerta abierta a poder volver a organizar otra actividad -con este grupo de chicos- más adelante.
No siempre este resultado es posible. Hay veces que los talleres no funcionan como nos gustaría. Sabemos que el tiempo de realización ha sido breve, pero es un punto de inicio lo que convendría trabajar preventivamente con ellos en otros ámbitos. En este último grupo, sin embargo, reconocemos que acabamos muy satisfechos/as, y que salimos con una sonrisa de oreja a oreja.
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