Día 2 de octubre, día de la educación social.Haciendo quijotadas: muros que hay que derribar en educación social

Me viene a la cabeza un tal Alonso Quijano, aka Quijote, y cómo enloqueció por empacho de novelas caballerescas. Pues digamos que eso se parece a esto de la educación social: una locura con empacho de buenas intenciones.

A lo de perder la cabeza lo vamos a llamar “abrir los ojos”. Ahora, los primeros que hay que abrir son los propios. O al menos guiñarlos… Vamos. ¡Ánimo! Uno al menos. Un poquito. Que pase la luz. – ¡Venga que puedes! – te dices.

Y ¡ay! porque cuando miras por el rabillo del ojo, resulta que estamos pringados de estereotipos y prejuicios: que si sacúdete este machismo, que yo no soy intolerante, pero…

Más o menos, después de empezar este proceso, siempre intenso y a partir de ahora en revisión perpetua (con la dificultad que supone dejar de mirarse el obligo), te pones a educar.

Y ahí te lanzas, con el carné entre los dientes, abordando a todo ser educable, como un pirata colgado de una soga, poniendo en valor todas las materias de las que te has examinado durante años en la facultad. Porque la Educación Social es una profesión que implica ponerle ilusión y vocación, pero también dedicación y sacrificio, como tantas otras, y que vamos a seguir reivindicando.

Entonces tomas aire: a patear la calle, ver familias, visitar residenciales, reunirse en edificios de la administración, dar sesiones en colegios e institutos… a buscar molinos. Y no es difícil encontrarlos. Hay muchos. Está lleno. Y no cabe ni uno más. Pero están rodeados de muros.

Sientes vértigo y dudas. Es necesario sentirlo. No son matemáticas. Pocas veces cuadran las cuentas que hacemos para resolver algo; pero recuerdas que un mantra de esta profesión es educarte antes de educar. Y cuando vas a educar, (más de una vez) quien se vuelve educado eres tú. Y aprendes y desaprendes, porque seguimos llenos de “to”. Perdiditos. Para meternos de cabeza en la lavadora. Y mientras tanto sigues ahí, venga a sacudirse. Y cuando te vuelves a mirar al espejo para decirte a ti mismo – ¿merece la pena? – Nada de lo que te encuentras es parecido a cuando te planteas esto de la educación social. Sabías que no era sólo blanco y negro y que había matices. Y ahora colores, muchos colores, y olores y tactos. Y no vale el todo es relativo. Hay que tomar decisiones y equivocarse. Pero aprendes que por cada equivocación hay un aprendizaje. Y ya no te preguntas si merece la pena. Merece la pena.

No podemos derribar todos los muros que quisiéramos y a veces ni siquiera superarlos, pero insistimos y vamos dejando agujeros para que sigan otras personas. Nos ayudamos unos a otros y encontramos que nuestra fuerza es el conjunto, los equipos: educadores y educadoras que nos aupamos hasta superar muros que no podríamos solos.

Mira, otro muro. ¿Vamos a por él?

Feliz Día de la Educación Social

Cristóbal Serrano Rodríguez
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